Antes de comenzar el viaje apenas tenía una vaga idea de por donde transcurriría, no existía ni planificación meticulosa sobre su trazado, ni destino, ni final, así que cuando la gente me preguntaba hacia donde me dirigía no sabía bien que contestar. Eso sí tenía claro que quería aprovechar para visitar a todos los amigos que me salieran al paso.
Hace unos días volviendo sobre mis pasos he retornado a Alemania para visitar Berlín. Allí se encuentran unos amigos que me han proporcionado un techo, un plato de comida caliente, un confortable catre donde reposar mis cansados huesos y lo más importante, me han cargado de esa energía extra que siempre aporta el cariño de tus allegados. Y es que la soledad es en ocasiones una inoportuna compañera de viaje, por eso la he dejado plantada en una vieja estación de ferrocarril donde me espera pacientemente a que me vuelva a subir a ese tren que me lleve al siguiente destino.
Así que los días en Berlín han transcurrido en buena compañía, charlas, caminatas callejeras, paseos en bici, salidas nocturnas en locales de dudosa reputación y risas, muchas risas.
Berlín historia viva, un pastel repartido en porciones tras el desastroso final de una cruel y espantosa guerra. Pese a su logrado disfraz de ciudad cosmopolita no ha querido borrar sus vestigios belicistas con fachadas y columnas cinceladas a golpe de balazos. Alguien dijo que en Berlín era imposible perderse, siempre terminas por topar con el muro. Ahora sólo quedan unos restos de éste que se reparten en distintos lugares como recordatorio de que hubo un tiempo no tan lejano en que la libertad fue coartada con kilómetros de cemento y espino. Lamentablemente en la actualidad se siguen levantando muros tan altos y extensos como este en otros lugares.