sábado, 14 de septiembre de 2013

Paseando por Atenas - Un doloroso adiós

Acrópolis - Atenas (Grecia)

     Ya han pasado algunos días desde que me despidiera Atenas, ciudad que viera nacer la democracia y a grandes filósofos. Atrás quedó su acrópolis, sus ensaladas con yogurt y su ruidoso tráfico.

     Cuando emprendí viaje lo hice con una bicicleta a la que apodé La Perla Negra. El nombre lo tomé prestado del barco de Jack Sparrow en Piratas del Caribe. Con ella he recorrido todo el viaje, hemos paseado, corrido, descansado y hasta dormido juntos, pero hacía algún tiempo que mi compañera me daba señales de que su particular viaje tocaba a su fin. Primero me lo hizo saber a través de una especie de señal  rompiendo uno de sus radios de la rueda trasera mientras transitaba por Suiza, se descentró ésta y continué camino con la rueda frenada. Intenté repararla en Viena, pero me cobraban 30 € por repararla o 50 € cambiar la rueda entera, que era lo que me aconsejaban en el taller. Con esas ruedas no llegarás muy lejos, me dijeron. Pero yo quería seguir con todos sus componente originales, además mi presupuesto no contemplaba más “inversiones bicicleteras”.  Ese cupo ya estaba cubierto. Así que seguí pedaleando en esas condiciones hasta llegar a Hungría, allí los salarios son más bajos y conseguí repararla por 10 €, además la limpiaron e hicieron una estupenda puesta a punto. Pero el mecánico volvió a coincidir en la opinión de que no estaba preparada esa bici para un trayecto tan largo. Aún así seguí mi camino y ella me acompañaba infatigable hasta que un buen día uno de los pedales se partió en dos, lo reparé con un cóctel de alambre y cinta americana. Lamentablemente su buen estado de forma no duró mucho tiempo y esta vez no era uno sino dos los radios  fracturados en la rueda trasera, pero no quiso dejarme tirado y conseguimos llegar de esa guisa a Atenas, allí comenzaron una serie continua de pinchazos, primero en la rueda trasera y más tarde en la delantera. No pasaba día sin que pinchara alguna vez. Algo que no había ocurrido por suerte en todo el recorrido. La pequeña perlica estaba dando señales de su cansancio y de que pese a su buena voluntad no había sido programada para semejante periplo. Yo no pude más que entender sus señales y dejarla que continuara con una vida más cómoda, con moderados paseos de domingo a orillas del mar Egeo. Se había ganado con creces su jubilación, su periodo de descanso, así que no me quedaba otra, tenía que encontrarle un nuevo dueño y emprendí mi vía crucis personal en busca de algún afortunado comprador al que viera digno de su adopción.


La Perla Negra en proceso de reparación de un pinchazo

No fue fácil, pregunté en tiendas de bicicletas pero no estaban interesados, en los albergues pero la tenía que dejar allí un tiempo hasta que apareciera alguien interesado. Así pasó el tiempo del que disponía y llegó el día en que  tenía que dejar la ciudad y mi tiempo se agotaba, esa misma noche me marchaba.

     Agudicé el ingenio y fui buscando por mercadillos, seguía sin encontrar comprador. De repente recordé un laberíntico entramado de calles en donde había visto días atrás a anticuarios y venta de los objetos más diversos y extraños que se pudieran imaginar, así que me dirigí hasta allí y pregunté. Finalmente encontré a un señor que decía ser suboficial del ejército ya retirado, al final llegamos al acuerdo y cerramos el trato, él se fue con una perla y yo me quedé con 40 € y una moneda de plata. Durante algún tiempo observé cómo se alejaban el anciano y la bici, no sé si fue fruto de otra avería o que la perla quería despedirse el caso es que su piloto trasero hizo señales de destello rojas a modo de adiós... hasta siempre pensé yo.

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