Acrópolis - Atenas (Grecia) |
Ya han pasado algunos días desde
que me despidiera Atenas, ciudad que viera nacer la democracia y a grandes
filósofos. Atrás quedó su acrópolis, sus ensaladas con yogurt y su ruidoso
tráfico.
Cuando emprendí viaje lo hice con
una bicicleta a la que apodé La Perla Negra. El nombre lo tomé prestado del barco de Jack Sparrow en Piratas del Caribe. Con ella he recorrido todo el
viaje, hemos paseado, corrido, descansado y hasta dormido juntos, pero hacía
algún tiempo que mi compañera me daba señales de que su particular viaje tocaba
a su fin. Primero me lo hizo saber a través de una especie de señal rompiendo uno de sus radios de la rueda trasera mientras transitaba por Suiza, se descentró ésta y continué camino con la rueda
frenada. Intenté repararla en Viena, pero me cobraban 30 € por repararla o 50 €
cambiar la rueda entera, que era lo que me aconsejaban en el taller. Con esas
ruedas no llegarás muy lejos, me dijeron. Pero yo quería seguir con todos sus
componente originales, además mi presupuesto no contemplaba más “inversiones
bicicleteras”. Ese cupo ya estaba
cubierto. Así que seguí pedaleando en esas condiciones hasta llegar a Hungría,
allí los salarios son más bajos y conseguí repararla por 10 €, además la
limpiaron e hicieron una estupenda puesta a punto. Pero el mecánico volvió a
coincidir en la opinión de que no estaba preparada esa bici para un trayecto
tan largo. Aún así seguí mi camino y ella me acompañaba infatigable hasta que
un buen día uno de los pedales se partió en dos, lo reparé con un cóctel de
alambre y cinta americana. Lamentablemente su buen estado de forma no duró mucho tiempo y
esta vez no era uno sino dos los radios fracturados en la rueda trasera, pero no quiso dejarme tirado
y conseguimos llegar de esa guisa a Atenas, allí comenzaron una serie continua
de pinchazos, primero en la rueda trasera y más tarde en la delantera. No
pasaba día sin que pinchara alguna vez. Algo que no había ocurrido por suerte
en todo el recorrido. La pequeña perlica estaba dando señales de su cansancio y
de que pese a su buena voluntad no había sido programada para semejante
periplo. Yo no pude más que entender sus señales y dejarla que continuara con
una vida más cómoda, con moderados paseos de domingo a orillas del mar Egeo.
Se había ganado con creces su jubilación, su periodo de descanso, así que no me
quedaba otra, tenía que encontrarle un nuevo dueño y emprendí mi vía crucis
personal en busca de algún afortunado comprador al que viera digno de su
adopción.
La Perla Negra en proceso de reparación de un pinchazo |
No fue fácil, pregunté en tiendas
de bicicletas pero no estaban interesados, en los albergues pero la tenía que
dejar allí un tiempo hasta que apareciera alguien interesado. Así pasó el
tiempo del que disponía y llegó el día en que tenía que dejar la ciudad y mi tiempo se agotaba, esa misma noche me marchaba.
Agudicé el ingenio y fui buscando por mercadillos, seguía sin encontrar
comprador. De repente recordé un laberíntico entramado de calles en donde había visto días
atrás a anticuarios y venta de los objetos más diversos y extraños que se
pudieran imaginar, así que me dirigí hasta allí y pregunté. Finalmente encontré
a un señor que decía ser suboficial del ejército ya retirado, al final llegamos
al acuerdo y cerramos el trato, él se fue con una perla y yo me quedé con 40 €
y una moneda de plata. Durante algún tiempo observé cómo se alejaban
el anciano y la bici, no sé si fue fruto de otra avería o que la perla quería
despedirse el caso es que su piloto trasero hizo señales de destello rojas a
modo de adiós... hasta siempre pensé yo.
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